Los chicos de Gombrowicz
Detrás de la forma (la inmadurez, una experiencia fuera de lugar) es el título de esta versión teatral de Ferdydurke, la primera novela de Witold Gombrowicz (el novelista y dramaturgo polaco que vivió en la Argentina entre los años ’40 y ’60). Dirigida por Alfredo Martín, quien también es responsable de la adaptación, esta obra propone un viaje temporal y vertiginoso que usa como vehículo la rebeldía.
La acción transcurre con el público situado a ambos lados del escenario, y así confrontado asiste a una puesta por demás interesante. Joseph Kowalsky, un escritor de más de treinta años, es visitado por el profesor Pimko, quien, como una especie de fantasma de Dickens, lo arrastra de una oreja a la época del colegio secundario. Allí es testigo y protagonista de la lucha de sus compañeros por tratar de ser adultos, un lugar desde donde enfrentar el poder de sus profesores. Luego va a vivir con Los Juventones, una familia por demás “liberal” que le muestra los placeres de la juventud. Por último con Polilla, un amigo de la secundaria, llega al campo de su tía, donde lo espera un destino de señorito entre los peones. Kowalsky se resiste a ser algo sólo porque los demás lo son y se enfrenta a las máscaras que el hombre se coloca para poder ser en este mundo.
Quince actores (muy buenos, por cierto) despliegan en escena un ritmo a la vez impetuoso y equilibrado que combina distintas intensidades. La mitad de ellos son adolescentes y encargados de encarnar la furia. Los once actos en los que se divide la obra son marcados por el entrar y salir de los protagonistas: por el costado, de entre el público irrumpen ruidosamente y ellos mismos son los encargados de mover unos módulos blancos que transforman la escena. En un salón de clases, donde tiene lugar la confrontación de los alumnos entre los que quieren seguir siendo puros y niños y los que quieren crecer; en la casa de Los Juventones, donde se devela la hipocresía de una supuesta “libertad”; en la estancia de la tía, donde Polilla, el amigo de Kowalsky, siente una peculiar admiración por Quique, uno de los peones. Esa fascinación por el pueblo, esos deseos de fraternizar con el pobre y el sometido son los que provocan el ataque de los patrones, que temen y responden con violencia a ese intento de revertir las normas de poder establecidas. Polilla y el joven peón protagonizan situaciones de verdadero homoerotismo púber que le dan otros significados a ese “fraternizar” entre diferentes clases sociales.
Los temas que trata Gombrowicz en Ferdydurke están presentes en la adaptación que Alfredo Martín puso sobre las tablas: los problemas de la inmadurez y la juventud, la tendencia hacia la forma, la crítica a la impuesta identidad colectiva, los papeles de las clases en la sociedad y sus reflexiones más o menos evidentes acerca de la homosexualidad.
Detrás de la forma es una obra por demás original y recomendable que nos muestra justamente eso: lo que está por detrás, por lo bajo pero furioso por querer salir, por rebelarse a lo injusto que es no poder ser en un mundo donde, como dice uno de los diálogos (ingenuo, pero implacable a la vez): “Si todos fueran buenos, todos serían felices”.
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Quince actores (muy buenos, por cierto) despliegan en escena un ritmo a la vez impetuoso y equilibrado que combina distintas intensidades. La mitad de ellos son adolescentes y encargados de encarnar la furia. Los once actos en los que se divide la obra son marcados por el entrar y salir de los protagonistas: por el costado, de entre el público irrumpen ruidosamente y ellos mismos son los encargados de mover unos módulos blancos que transforman la escena. En un salón de clases, donde tiene lugar la confrontación de los alumnos entre los que quieren seguir siendo puros y niños y los que quieren crecer; en la casa de Los Juventones, donde se devela la hipocresía de una supuesta “libertad”; en la estancia de la tía, donde Polilla, el amigo de Kowalsky, siente una peculiar admiración por Quique, uno de los peones. Esa fascinación por el pueblo, esos deseos de fraternizar con el pobre y el sometido son los que provocan el ataque de los patrones, que temen y responden con violencia a ese intento de revertir las normas de poder establecidas. Polilla y el joven peón protagonizan situaciones de verdadero homoerotismo púber que le dan otros significados a ese “fraternizar” entre diferentes clases sociales.
Los temas que trata Gombrowicz en Ferdydurke están presentes en la adaptación que Alfredo Martín puso sobre las tablas: los problemas de la inmadurez y la juventud, la tendencia hacia la forma, la crítica a la impuesta identidad colectiva, los papeles de las clases en la sociedad y sus reflexiones más o menos evidentes acerca de la homosexualidad.
Detrás de la forma es una obra por demás original y recomendable que nos muestra justamente eso: lo que está por detrás, por lo bajo pero furioso por querer salir, por rebelarse a lo injusto que es no poder ser en un mundo donde, como dice uno de los diálogos (ingenuo, pero implacable a la vez): “Si todos fueran buenos, todos serían felices”.
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Crítica de "SOY", Página 12. Por Ariel Alvarez.
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La forma, el sonido y la furia
Además de director y dramaturgo, Alfredo Martín es un actor notable, de la clase que deslumbra por su dicción perfecta, la precisión corporal y, en esta pieza en particular, una inesperada simpatía. Él es Pimko, el maestro de la escuela a la que va a parar el protagonista, Pepe (Guillermo Ferraro), un hombre de 30 años que una mañana despierta en la piel de un joven de 16. Estamos ante una versión teatral, del mismo Martín, de “Ferdydurke” la novela paradigmática de Witold Gombrowicz que hasta el día de hoy goza de un prestigio peculiar.
En la escuela, Pepe se ve obligado a revivir las inclemencias de la juventud, el ansia y el descontrol que sus nuevos compañeros ejercitan con enorme intensidad: habrá duelos de muecas y disputas en latín, vítores y obscenidades dibujadas en el pizarrón. Todo es ira y rebelión, fuerza y deseo subterráneo, la fiesta hormonal de la inmadurez. Más allá del clima general planteado en estas escenas escolares, lo que resulta difícil, hoy, es comprender la naturaleza misma del planteo. ¿Cuál es exactamente el problema? Según los reclamos y las pancartas, se trata de la batalla entre ser “adolescentes” o “muchachos”. Estos jóvenes coléricos “no van a permitir” que se los trate de “inocentes”.
Luego aparece la familia burguesa, con su hija joven y deseable, quienes van a representar para Pepe el horror de la modernidad. Sin embargo, él entiende y no discute la pasión democrática que siente su amigo Polilla (Fidel Cuello Vitale) por un peón. Que quede claro: no es que Polilla conoció a un peón y se enamoró. Él buscó deliberadamente a un desposeído, el hijo de un portero o un peón, para ejercitar su sensibilidad social.
En “Ferdydurke” Gombrowicz trabajó el lenguaje con una libertad, ruptura y capacidad de juego que con toda justicia iban a despertar la admiración de muchos académicos, tanto acá como en Europa. Al convertirse en un hecho teatral cobran protagonismo en cambio las acciones, y en ese plano se diluye un poco el sentido de su rencor. Las formas, según él, enmascaran la naturaleza de lo humano y sólo recogen sus desperdicios. Todos somos pobres tipos, dice en el programa su exégeta Bruno Schultz, que deberíamos tener el coraje de enfrentarnos a nuestra propia bajeza. Al leer sobre su paso por Buenos Aires, incluso sus propias crónicas, el escritor polaco parece el personaje de una novela ajena, uno de esos grandes melancólicos de Roberto Arlt, por ejemplo, o de Onetti, con ínfulas de conde y un narcisismo desmesurado. Hoy ocupa un lugar de prestigio en la historia de la literatura, aunque en su momento no logró ganarse el interés de Victoria Ocampo ni el de Jorge Luis Borges. “Detrás de la forma” es una aceitada puesta teatral llena de sonido y furia, sobre el cuento de un joven ofendido porque alguien lo acusó una vez de ser inmaduro.
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Crítica de "Revista Noticias". Por Cecilia Absatz.
Una experiencia que encontró su lugar
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Gombrowicz creía que la inmadurez es un problema capital del hombre, que intenta disimularla ocultándose detrás de una fachada exterior que es pura ficción. Este tema está tratado en su novela Ferdydurke , publicada en 1937, cuatro años más tarde que ese libro de cuentos llamado Memorias del período de la inmadurez . "Quizá lo que me propongo en mis escritos -decía- sea sencillamente debilitar todas las construcciones de la moral premeditada, a fin de que nuestro reflejo moral inmediato, el más espontáneo, pueda manifestarse."
En la búsqueda de lo auténtico, que tanto obsesionaba a Gombrowicz, esa inmadurez expresaba una superioridad sobre las identidades falsas; de ahí que sus historias puedan seguir siendo leídas como verdaderas metáforas de lo que son los países que, como la Argentina o Polonia, han vivido atados culturalmente a culturas ajenas. Adaptar la novela de ese viaje iniciático al revés de Pepe, protagonista de Ferdydur ke, hacia su adolescencia y sus orígenes, no era tarea fácil porque la búsqueda de lo teatral significa bastante más que enfrentar al público con ciertas ideas para que las procese.
El autor, director y actor Alfredo Martí, a esta altura un especialista en Gombrowicz -el año pasado dirigió un hermoso espectáculo llamado El paraí so basado en el cuento del autor polaco llamado La virginidad -, ha logrado que, además de hacer pensar, su puesta divierta y atraiga al público con genuinos recursos escénicos. A diferencia de esta otra obra mencionada, cuya escenografía era muy llamativa, en este caso se juega casi toda la puesta en un espacio habitado por algunos pequeños muebles móviles de color blanco que sirven para representar diversas cosas.
Martín ha comentado que intentó trabajar la forma del espectáculo como un elemento activo desde lo dramático, estimulando acciones y reacciones entre los actores que permitieran develar los estados de subjetividad más primitivos, más informes (Grombrowicz decía que la forma y la inmadurez eran los dos problemas tratados en Ferdydurke ).
Y ese cometido del director se logra con un elenco numeroso de actores muy jóvenes, al que mueve con mucha pericia en el espacio y saca buenos resultados interpretativos, si bien entre ellos existen algunos desniveles en el grado de eficacia. Son, en cambio, muy sólidos los trabajos de Guillermo Ferraro (Pepe), Gabriela Villalonga (tía de la ciudad y tía Urlecka), Fidel Vitale (Polilla) y el mismo Alfredo Martín, en un estupendo profesor Pimko. El espectáculo se divide en dos grandes escenas, la segunda de las cuales, que transcurre en una zona rural, es la de mayor contundencia teatral.
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Crítica de "La Nación". Por Alberto Catena.
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Detrás de la Forma, otra afortunada aproximación a Gombrowicz
Con base en partes de la novela "Ferdydurke", escrita en Polonia antes de su larga estadía argentina, explota ese mundo de algún modo descalabrado que el polaco propone en toda su obra.
Tras el antecedente de "Trans-Atlántico", presentada por Adrián Blanco el año anterior en el Cervantes y que acaba de ser multipremiada en el 9no. Festival Internacional Gombrowicz, celebrado en Radom, Polonia, ésta es otra oportunidad de contactarse en forma escénica con un escritor muy nombrado y poco leído.
Con un elenco numeroso y preeminencia de actores jóvenes, Martín riega el ámbito del Andamio -con público en las gradas y también en el escenario- con un disfrutable juego teatral de interminable ingenio.
Así, el protagonista Kowalski, treintañero cercano a los 40, se ve transformado en un adolescente e internado en un colegio secundario, donde conocerá a sus compañeros de peripecia, en particular Sifón y Polilla.
El primero un jovencito dado al deber y a la inocencia y el segundo un hedonista sin trabas cuya sexualidad se desboca en busca de efebos de cualquier calaña, en una edad en la que las hormonas florecen a discreción.
Allí, esa inmadurez que interesa a Gombrowicz es explotada por Martín con gozosos juegos adolescentes, en los que el protagonista termina participando aun a costa de renunciar a su calidad de hombre hecho y derecho.
Se especula entonces sobre el sentido de la vida y sobre la educación de los jóvenes en un medio en el que están mal vistos los cuestionadores, siempre en un lugar lúdico y con apariencia liviano, en el que sin embargo se pueden vislumbrar asuntos trascendentes.
Los jóenes son víctimas de un profesor autoritario, símbolo de todo lo que ellos no quieren ser, y a través de él -que tiene a Kowalski como víctima preferida- pueden burlarse de "la sociedad", incluso a través de un disparatado concurso de muecas, celebrado con la seriedad de una justa mayor.
El ámbito escolar es abandonado para asistir a la convivencia del protagonista y sus amigos en casa de los Juventones, una familia muy especial adonde llegan por mediación del profesor, y donde vive una chica de la cual Kowalski inevitablemente se enamora.
Los miembros de esa familia pasan por ser librepensadores cuyos conceptos se dan de bruces contra lo establecido: el padre adoctrina a su hija sobre las virtudes del amor libre y la madre hace lo propio en cuanto a las conductas sexuales.
La jovencita no accede al amor romántico que Kowalski espera y utiliza su seducción como forma de poder, por encima de cualquier compromiso de pareja. A partir de ese momento todo cambia, revoluciona, remata una primera parte de muy buenos momentos de teatro.
La segunda entrega encuentra a Kowalski y a Polilla en un establecimiento de campo, que el director y adaptador Martín transforma en una estancia argentina, ocasión en que las urgencias (sobre todo sexuales) se profundizan y donde aparece alguna tía perdida más otros personajes.
La virtud del director y adaptador Martín es lo gozoso del espectáculo -que dura más de lo habitual pero no se nota-, y en el que los asistentes Matalia Vozzi, Marcelo Bucossi y Armando Schettini se lucen con un montaje enérgico en el que asombran con el manejo de su abigarrado elenco.
Dentro del grupo hay una desopilante Gabriela Villalonga como una tía vieja, un muy disfrutable Luis Dartiguelongue como el padre libérrimo y gratas labores de Guillermo Ferraro, Victoria Fernández Alonso y Alfredo Martín, aunque el programa de mano no identifica sus personajes.
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Cuando no obedecer es necesario
El primer texto adaptado por Alfredo Martín sobre el autor polaco, fue un cuento La virginidad, esta vez toma de su Ferdydurke (1937) el tema de la inmadurez para trabajar sobre el concepto de construcción a partir del lenguaje; la designación que el otro hace de nosotros al adjudicarnos desde la palabra una forma, y nos instaura un determinante que nos persigue como una sombra. Convertido con el tiempo como un autor de culto, en la época de la guerra la lectura de la novela fue la lectura favorita de las hijas del presidente de la Asociación de escritores polacos: Jaroslaw Iwaszkiewicz que fundaron un “Círculo de Auténtica Inteligencia” y nombraron al autor su presidente honorario.
La novela era el punto de partida para una crítica aguda sobre la sociedad de su tiempo, atravesada por una educación dogmática, que edificaba por contraparte una sociedad enamorada de la palabra “modernidad”, y que buscaba desde los pilares familiares devastar las costumbres, dejándose llevar por los cantos de sirena de los nuevos tiempos, y la búsqueda desesperada de los personajes de un lugar donde se encuentre valores reales para descubrir que también están sujetos a formas creadas desde palabras huecas, vacías de sentido; pero que intentan subsistir a través del poder y la humillación del otro.
El conflicto del personaje, Pepe (Guillermo Ferraro), Joseph Kowalski en la novela, se produce cuando no acepta la denominación de inmadurez que le cuelgan como un nuevo traje y fracasa en su intento de asimilarse a esa “forma” construida desde la mirada de los demás. Fuera del centro donde es situado, siempre duda de la consistencia del lugar que ocupa, y ni la amistad ni el amor son anclajes suficientes para responder con tranquilidad a una forma que se le pide pero que él no puede sostener. La puesta de Andamio 90 con un elenco que bajo la dirección de Alfredo Martín le imprime un ritmo sostenido sin altibajos a la pieza, da cuenta con solvencia y actuaciones precisas de las vicisitudes por las que atraviesan sus personajes.
Mérito de la dirección y de las seguras y muy buenas actuaciones, (la composición que Alfredo Martín hace del profesor es de antología) que vuelven un relato espiralado en su desarrollo, atractivo desde el juego con el lenguaje, la coreografía que dibuja el espacio escénico, la música que ilustra el tiempo narrativo, y el vestuario que desde el exterior construye la estructura de ese viaje de aprendizaje hacia el interior de sí mismo que llevan adelante los personajes. Los espacios que la escenografía va construyendo a partir de unos módulos blancos, luces como perchas, y pizarras que van indicando la sucesión de los cuadros, sitúan al espectador, en los territorios diferentes donde los adolescentes juegan su eterna lucha de afirmación de identidad; el enfrentamiento entre Sifón y Polilla, entre lo ideal y lo material, la seducción del amor y la liberalidad de Zutka (Victoria Fernández Alonso); aguas tenebrosas donde Pepe se mueve con dificultad y venga su desconcierto en el tejido de una trama que devela no sólo la falsedad de las costumbres, las máscaras y las perversidades de quienes se denominan “adultos”, sino también la fragilidad de su propia realidad. De la desazón a la búsqueda de un continente distinto es la huída con Polilla hacia la naturaleza, la nueva forma que se desvanece en las certezas previstas cuando lo que se descubre son las miserias de las diferencias sociales.
El amor en ese espacio que se cree bucólico, y que muestra las contradicciones en toda su exasperación renace nuevamente como esperanza, para los personajes en las figuras de la hija de los dueños del campo, Isabel, (Luciana Procaccini) y el peón (Gonzalo Camiletti). Pero Pepe ha vuelto a sí mismo, y se ha despojado de la sujeción de la palabra ajena, ha madurado en el sentido Grombowiano, no obedeciendo los mandatos ajenos, no utilizando el lenguaje ya que impide las diferencias en su afán homogeneizador, sino partiendo desde el principio; la finalidad de la poesía es la deconstrucción de los paraísos permitidos. Merece un párrafo final la adaptación de la novela, y su elección en estos nuestros tiempos donde los discursos que se cruzan confunden y se desmienten en los hechos; y cada vez más sólo dejan a luz la vacuidad de sus palabras. La problemática que el texto propone y la puesta evidencia en su punto de vista, nos dice mucho sobre el estado de nuestra sociedad setenta años después. Aquel escenario polaco que tanto le dolía al autor y que expresa en Ferdydurke, es por demás un paisaje conocido.
Me atrevo a terminar con sus propias palabras que son más exactas que las mías: “Reconozcamos que la vida nos ha propinado una buena paliza. Nuestra dignidad por los suelos y nuestra casa…destruida mientras una sonrisa idiota deformaba nuestros labios ensangrentados. Pero todo eso ha terminado y hoy iniciamos una nueva creación. Que esa creación sea única y verdadera, no una miserable imitación, una firma gratuita, una simple forma de hablar sin decir nada, sino un verdadero trabajo del espíritu a la búsqueda de su expresión”
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La obra se construye desde una mirada paródica. Los textos parodiados son múltiples: el arte y la creación artística, la construcción identitaria, los estamentos sociales, la madurez de lo adulto, la inmadurez de lo adolescente.
Toda parodia contiene una mirada crítica. Durante las dos horas que dura la obra, esta mirada se impone en la recepción que busca decodificar las ironías, las exageraciones, la ridiculización, el humor y el sarcasmo. Recursos necesarios para subvertir formas canonizadas por múltiples tradiciones.
Toda parodia es intertextual. Detrás de la forma, está basada en la primera novela de Witold Gombrowicz: Ferdydurke. Es una adaptación, o mejor aún, una transposición pues la obra de teatro es un objeto estético autónomo que se desmonta del original. La intertextualidad es múltiple. La obra comienza con una cita de la Divina Comedia, anticipando el viaje del personaje –Joseph- a través de diferentes mundos. Como para confirmar la referencia, la presencia del profesor Pimko –guía de Joseph- recupera la figura de Virgilio invirtiendo el modelo. Pimko es la sabiduría y la pedagogía satirizadas y degradas.
Toda parodia es subversiva. El protagonista inicia un camino buscando la forma, símbolo con múltiples referencias: el arte, la educación, la identidad, la sociedad. Al final del viaje, la posibilidad más clara pareciera ser lo informe. Luego de interpelar al público, Joseph decide irse caminando con el rostro tapado, como alejándose de la mirada establecida y proponiendo una mirada alternativa. La construcción del Ser está más allá de los modelos, más allá de lo pautado por lo otro. La inversión de formas es más que una clave interpretativa de la obra, es un elemento narrativo. En este sentido, la estructura con vacíos y yuxtaposiciones también significa pues invita a una recepción abierta en la que cada espectador construye y crea interpretaciones. La multiplicidad de interpretaciones genera la multiplicidad de formas que la obra puede adquirir. Contenido y forma se unen.
Sin dudas es una obra que desafía al espectador pero que también acepta diferentes niveles de decodificación. Por esta razón es posible encontrar el goce estético en el humor, en los movimientos escénicos, en lo meramente discursivo o en las claves paródicas y en el juego intertextual. Lo importante es asumir un viaje que propone des-andar lo establecido.
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Crítica de "DesmenuzArte Mejor"
Intentar llevar Ferdydurke al teatro es una empresa arriesgada. Difícil hacer una abstracción de lo que Ernesto Sábato definía como "especie de grotesco sueño de un clown, con páginas de irresistible comicidad", pero Alfredo Martín lo logra maravillosamente a través de una adaptación que no deja detalle del libro fuera. Resulta una obra un tanto larga, pero que no aburre en ningún momento.
El duro y difícil proceso para salir de la inmadurez, el abandono de la inocencia, importa un parto, el nacimiento de una nueva persona con responsabilidades, que ya jamás podrá mostrarse ante una sociedad hipócrita de la misma manera que antaño sin recibir la censura más despiadada.
La palabra inocencia automáticamente remite a su opuesto, de lo que deviene que, si se perdió su condición, se es culpable. ¿Y de qué es culpable el hombre adulto? Basta mirar alrededor y darse cuenta del mundo que construye y sobre qué pilares lo asienta.
Ese tema es el que el escritor Witold Gombrowicz, descendiente de la nobleza polaca, planteaba en su novela, allá por el año 37, tópico que escapa a su tiempo y conforma la trama de sucesivas obras de arte. Tal vez, la más recordada sea la ópera rock The Wall, del grupo Pink Floyd, en que al joven se lo intentaba uniformar convirtiéndolo en "un ladrillo más en la pared".
Económica en escenografía, apenas unas cuantas sillas y un par de mesas procuran lo necesario para representar los diferentes ámbitos; todo acompaña para que la atención recaiga en los actores, de muy buen desempeño en general.
Con momentos desopilantes, y entre juegos y risas, la pieza expone planteos sociales, sexuales y clasistas. Una mirada cáustica y existencialista de un modelo de vida perimido pero que se resiste a morir.
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Crítica de "Revista Acción", por Héctor Puyo.
Crítica Revista Acción. Arte, juego y comunicación
Crítica de Clarín sobre "Detrás de la Forma"
“Detrás de la forma”. Una obra de fuerte impronta literaria basada en Gombrowicz.
- 15.04.2011 | Por Hernán Firpo hfirpo@calrin.com
El hombre puede ser creado por un ejemplar menos contaminado y para eso Witold Gombrowicz hizo una aproximación conmovedora, casi devocional al universo prometedor de la juventud .
Si el escritor ya es un clásico de la literatura del siglo pasado, Detrás de la forma puede resultar un inventario de todas sus obsesiones: la forma, la inmadurez y los complejos varios.
La juventud menos contaminada, menos aprendida, o como le gustaba decir al autor de Ferdydurke -su novela fundamental y principal inspiración de esta puesta-, la juventud , porque mejor morir abrasado que terminar lentamente.
Detrás de la forma , el título, puede tener una función binorma: 1) qué hay detrás de la forma; o sea, de la ley . 2) no hay más remedio que ir detrás de letra bruta y fría. Este sería el fuera de campo para la historia de Joseph Kowalsky, que a los treintipico vuelve al secundario y se cruza con unos compañeros que intentan ser maduros escapando de su natural condición.
La dirección de Alfredo Martín hace pie en la herida narcisista que descubrió Darwin cuando nos dijo que el hombre descendía del mono. Si es así, habrá evaluado el autor, la juventud bien puede ser un estado de sana barbarie. El golpe que la inferioridad le da la superioridad.
Seguramente basado en el amasijo de ideas e información de Gombrowicz, la puesta de Martín avanza, lógicamente, sobre la tensión literaria. En la escuela, hay dos grupos: “los muchachitos” y “los adolescentes”. En otro momento, Kowalsky se va vivir a casa de Zutka, donde aprende a enamorarse de la juventud y finalmente hace un viaje al campo con su compañero de clases, el irritable Polilla. Hasta aquí, el argumento formal.
Como están las cosas hoy en el teatro independiente, sería redudante caer en el minimalismo de la puesta. Este mosaico compacto de obras, obritas y buena voluntad necesitan de un espectador amoroso y/o militante: no es fácil estar una hora y media en una sillita sin acordarte de tu coxis. En este caso, la escenografía hace de paisaje urbano, casco de estancia, escuela... Demasiada imaginación para un ser humano promedio que tiene plasma o tele en casa. Hecha la descarga, y tratándose de una obra de texto con unos 15 actores en escena, la sinfonía verbal no tarda en desatarse. Y en este punto hay que destacar la entrega y el profesionalismo de los jóvenes actores que van elaborando un procedimiento narrativo donde, como dice el autor, todo lo que parece seguro y respetable en el mundo de los adultos es barrido a golpes hasta lograr un grotesco que acá, en esta obra, debería llamarse energía o inmadurez.
INFORMACION
En “Detrás de la forma” actúan Cecilia Antuña, Alberto Astorga, Julian Belleggia y elenco. Los viernes a las 22.30 en Andamio 90 (Paraná 660).
El autor polaco (1904-1969) tiene suerte con las adaptaciones teatrales que se hacen de sus novelas. Hace dos temporadas se estrenó en el Cervantes una elogiada versión de Trans-Atlántico, y últimamente se conoció Detrás de la Forma, que Alfredo Martin hizo de Ferdydurke, un modelo de cómo se puede trasladar lo narrativo al escenario. Con intérpretes mayormente jóvenes, la pieza está centrada en un treintañero aquí llamado Pepe que, regresado a sus años del secundario, será protagonista y testigo de dramas y placeres adolescentes. El asunto de la inmadurez no es ajeno a Gombrowicz, cuya mirada siempre es entre burlona y esquiva.
Así, Pepe tendrá un espejo en su amigo Polilla- desesperado por seducir peones de estancia- y se enamorará de una chica de amplísimas costumbres. Con un elenco parejo, el director Martín logra verdaderos momentos de teatro: esos instantes en que todo es arte, juego y comunicación.
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Crítica de "DesmenuzArte Mejor". Por Rubén Sacchi.
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IMPRESIONES: "Detrás de la Forma (La Inmadurez, Una Experiencia Fuera de Lugar)", de Alfredo Martín
En un único espacio escénico, transformado por la manipulación de ciertos elementos ecenográficos y de utilería altamente funcionales, en casi dos horas de espectáculo, con un elenco de 15 artistas, sin recurrir a cortes ni apagones, aprovechando al máximo ciertas especificidades de la dinámica teatral, Alfredo Martín logra narrar las peripecias de Pepe en tres diversos ambientes (escuela, casa burguesa moderna, casa de campo) y su difícil y caótico tránsito por la experiencia de la madurez y la inmadurez, es decir, por las crueldades de la experiencia pedagógica. En todo caso se trata de una narración teatral, de un mostrar, de un exponer la experiencia viva, de encarnar un proceso que por momentos puede ser abrumador por la cantidad de peripecias que implica y la diversidad y aparente discontinuidad que no es tal si se la toma desde la experiencia del personaje que atravieza todas las instancias.
Para ver, entender, o disfrutar este espectáculo no es necesario tener Ferdydurke presente. Probablemente lo contrario sea más verdadero. Aquí hay un espectáculo y un autor: un espectáculo cuyo título completo es Detrás de la Forma (La inmadurez, una experiencia fuera de lugar), y un autor cuyo nombre es Alfredo Martín (doblemente autor en tanto director). Todos los vasos comunicantes a Ferdydurke o a Gombrowicz en todo caso deberían verse como fenómenos de transtextualidad en sus diversas manifestaciones.
Dentro del numeroso elenco -buena parte del cual está compuesto por adolescentes, algunos con papeles destacados en cuanto a su peso argumental y escénico (Fidel Vitale como Polilla y Rubén Di Bello como Sifón) y otros como parte de un importante coro, que pone toda su energía al servicio de los momentos más dinámicos de la obra y de la construcción de un universo retratado por la vía de la parodia de un espejo deformante- hay actuaciones que se destacan y que sostienen cada uno de los tres "segmentos" que componen la obra, por ejemplo la Madre de los Juventones (Cecilia Antuña), o la Tía en el campo (Gabriela Villalonga), o el Profesor (Alfredo Martín) en la escuela y en el segundo espacio también. [Es una pena la "desaparición" del personaje en el tercer y último tramo del relato]. Vale destacar, muy especialmente, el trabajo de Pepe, el protagonista (Guillermo Ferraro), que lleva el peso de la máxima exposición en el escenario y de funcionar como quien nos ayuda a "integrar" la experiencia. También asisten a este fin las transiciones entre escenas que están muy bien resueltas tanto en lo referente al desplazamiento de cuerpos en escena como así también a la incorporación de algunos procedimientos de marcación de situaciones dramáticas mediante títulos dichos y/o escritos. [Como si hubiera algo de la materialidad de la lectura que se nos hace presente en el acto de la espectación, cruzando de algún modo estos dos dispositivos tan diversos].
Hay algo del orden del "sentido final" del espectáculo que requiere de un trabajo más intenso del espectador. Para quien busque anudar la experiencia en unas ideas finales o en un contenido que pueda dar cuenta del todo de lo experimentado, el intento puede resultar arduo o frustrante. Porque acaso no se trate de eso, porque acaso sea un deseo personal que entra en colisión contra el universo del texto fuente y de su autor y lo que de ellos hay en este otro texto escrito para la escena por Alfredo Martín.
En todo caso, también vale decir que el espectáculo que puede verse en Andamio 90 todos los viernes a las 22.30hrs es un excelente disparador de reflexiones acerca de la especificidad de lo teatral, del modo en el que el teatro puede "narrar" y de los problemas en torno a la creación que implica toda transposición.
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"La inmadurez, una experiencia fuera de lugar"
El actor, director y dramaturgo Alfredo Martín versionó la novela “Ferdydurke” de Witold Gombrowicz para llevar a escena radiografías sociales que dan cuenta de lo marginal, lo excluído. Un grupo de estudiantes secundarios, una familia moderna y otra aristocrática son los recipientes donde el protagonista, Joseph Kowalsky, desborda.
La inmadurez es el punto de partida de la obra junto a lo inacabado, lo que nunca termina de concretarse. La sensación de incompletad se percibe apenas se observa el escenario: una escenografía sintética compuesta por formas que no cierran. A propósito de la forma, dice el director: “quería incluir ‘la forma’ como un elemento activo dramáticamente”. Es admirable la precisión de la puesta en escena que muestra un abanico variado de climas y tensiones, diferentes caminos por donde circulan personajes de lo más extravagantes que, sin embargo, dan la sensación de que podría uno encontrarlos a la salida del teatro.
Se destaca el trabajo de Alfredo Martín en su triple rol de actor-director-dramaturgo que trae a nuestros días esta obra de la narrativa polaca y le da forma a nuestra medida. Iluminación, escenografía y vestuario revelan el trabajo en equipo y la convicción de que éstos tres universos se complementen para volverse, también, elementos activos en la escena. Sorprende la actuación del “coro” de adolescentes de la obra interpretado por actores muy jóvenes que con audacia recrean el ambiente de un colegio secundario y van hilando la historia a lo largo de la obra.
Detrás de la forma es interesante como investigación de Alfredo Martín sobre Gombrowicz después de El paraíso (basada en “La virginidad”), también presentada en Andamio ’90.
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Crítica de "A sala llena" . Por Hernán Lewkowicz